TERRITORIOS DE LA(S) LATINIDAD(ES)

La temperatura incendiaria en América Latina, en este momento, el segundo semestre de 2023, no es exactamente la misma que en su cine. ¿Debería ser? Es difícil hacer frente a una respuesta afirmativa en términos formales, no temáticos, que establezca el deber de que la estética se fusione con la realidad. Tenemos esta tendencia aquí, en nuestro pensamiento cinematográfico más politizado y más tradicional. ¿Por qué? Después de todo, el arte es una relación mediada, especialmente el arte de las imágenes. Una imagen es, antes que cualquier conexión con algo exterior a ella, una imagen. Esto no se puede olvidar. ¿Qué sería este cine pegado al termómetro de la realidad fáctica y social en sus operaciones de estilo, estructura, iluminación e interpretaciones en el interior de las imágenes, limitado por sus cuatro límites espaciales, horizontal y verticalmente, del cuadrado o rectángulo en el que viven las imágenes? Lo que está en este encuadre no es ni la vida ni la sociedad. Es una circunscripción del campo visual basada en algo existente o creado. Sólo pensar en temas fuertes es tranquilizador. Lo que pasa a ser difícil es visualizarlos en sucesivas unidades cinematográficas encargadas de no reducir el cine a signos indicativos de una realidad histórica y social o a diálogos en los que se mencionan datos de esa realidad como si esto en sí mismo explicara todas las imágenes entre el principio y el final de las obras.

América Latina rara vez deja de ser un barril de pólvora social y político, un campo de violencias abiertas o (no muy) secretas, de mantenimiento de poderes de todo tipo, de estagnación económica cíclica y permanente, de racismos, machismos y homofobias (ahora más restringidos, pero aún persistentes), de gobiernos, policías, poderes legislativos y judiciales corruptos y auto centrados en sus beneficios, de una red de milicias y narcotraficantes presentes en la vida cotidiana y las dinámicas sociales de muchos territorios de los 20 países de América Latina y el Caribe. En esta densa atmósfera de nuevos ascensos de la extrema derecha en los campos políticos institucionales y con los bochornosos vaivenes de gobiernos de coalición con presidentes autodenominados de centroizquierda, presentamos en Cine BH un conjunto de expresiones que no provienen de titulares de periódicos, ni de tesis de sociología, sino de intereses e investigaciones autorales de distintos tonos y con distintos elementos. En algunos casos, la realidad latinoamericana no es una cuestión. En otros lo es, de forma más directa o tangencial, según la película. En estos más directos o tangenciales, el foco está en los personajes y, en lugar de abordar cuestiones nacionales (de cada país), abordan al mismo tiempo situaciones localizadas, personales, territoriales y sociales, sin abandonar nunca el problema de la individualidad para abordar principalmente el problema colectivo. Se supone que el problema de alguien es un problema del mundo.

América Latina no es exactamente un continente. Ni siquiera un subcontinente, lo que, en principio, es una inferiorización. Ni siquiera una noción legislativa, consciente, empírica y colectiva de sus 20 países y más de 660 millones de habitantes, con algo en común y con muchas diferencias en el resto. Lo que distingue a América Latina, en una primera capa y sólo en una primera capa, con todas sus distinciones históricas, culturales y estructurales, con todas sus distancias, ignorancia mutua y falta de interacción, es la colonización ibérica -española y portuguesa-, con una menor incidencia de la francesa (en Haití). La colonización, sin embargo, es el punto de partida, la primera capa de los latinos en las Américas, pero no la razón de todo. No somos latinos sólo porque fuimos colonizados por España y Portugal, sino porque, a partir de este proceso inaugural de expropiación de materias primas, esclavización de los pueblos originarios, tráfico de mano de obra africana esclavizada e imposición de la religión católica, siguieron muchas reacciones y combinaciones para el desarrollo de nuestras cambiantes latinidades (o lo que hicimos, como herencia y como trauma, con nuestra colonización).

Latinos porque los colonizadores hablaban y hablan todavía lenguas derivadas del latín, cuyo origen se remonta al Imperio Romano, en el siglo anterior a la inauguración del calendario cristiano, que, para ejercer cierta unidad entre los pueblos dominados, estimulaba un pacto social en el que el latín -ya hablado por miembros del gobierno, los militares y en las cortes romanas como norma culta del Imperio- era la forma de comunicación entre pueblos de distintas lenguas, aunque, en cada rincón conquistado, se hablaba un latín vulgarizado, distorsionado, corrompido e inventivo, no sólo en el acento, sino también en el vocabulario, resultado de mezclas de muchas lenguas autóctonas con las lenguas del poder central a partir de experiencias locales. La latinidad, por lo tanto, no es pura. Nunca fue. Ni siquiera en Europa. Latinidad es diversidad con puntos comunes (incluso dominantes), ante los cuales cada pueblo reacciona con sus estrategias y afirmaciones. América Latina, colonizada por ex colonizados romanos, es aún más impura, con más mezclas y diversidades, incluso por la fuerza, a base de sangre y sudor, sin haber sido una elección de todos los involucrados en el proceso de colonización. En el principio, entonces, antes de América Latina, estaba Abya Yala, estaba Pindorama, estaba la tierra, el suelo, el espacio, las riquezas naturales y los pueblos originarios.

América Latina, antes de ser una extensión espacial, entonces, con sus diversos paisajes, es un territorio de latinidades, compuesto por varios territorios y fronteras muchas veces invisibles, cada uno con su propia dinámica, con sus propios elementos, símbolos y materialidades de los que se constituyen. Más o menos como el cine latinoamericano, que, como conjunto de películas de diferentes países, tiene un gran territorio y varios territorios más pequeños, algunos territorios distantes (entre sí) y otros cercanos. Arte de las simbolizaciones, pero sobre todo de las evidencias, el cine nos interroga: ¿de qué lugares, modos de apropiación y expropiación están compuestos los territorios de la latinidad? ¿Cuál latinidad? ¿Cuáles latinidades? ¿Qué es lo que las constituye, dónde las ubicamos en las películas? O, más ampliamente, ¿está la latinidad en cualquier imagen cinematográfica de América Latina, sin importar cuál sea? ¿Qué territorios vemos de estas latinidades?

En la concepción clásica de la geografía, el territorio es un espacio demarcado de poder. Se refiere a quien gobierna y manda con sus reglas y objetivos esa extensión y amplitud geográfica. El territorio es un espacio con una misión. Si originalmente está vinculado a la propiedad de la tierra (¿quién manda?), también pasa a ser percibido como la apropiación del espacio (más allá de quién manda, a pesar de quién manda y como resistencia a quién manda), resultado de experiencias e identidades. Milton Santos enfrenta la noción de territorio como territorio usado, no en sí mismo, es decir, como terreno agregado a las identidades y las pertenencias. Las nociones de territorio se han ampliado en los últimos años, no necesariamente vinculadas a un espacio específico, especialmente después de las interacciones en redes virtuales, en las que innumerables identidades se comunican y se auto proponen incluso a distancia, creando nuevas territorialidades multidimensionales.

En su segunda edición centrada en América Latina y en el primer año de su muestra competitiva, denominada Territorio, Cine BH 2023 enfatiza en sus temáticas esta cuestión de geografía, política, historia, cultura y cine. Territorios de la Latinidad no se refiere sólo a las películas de la muestra competitiva Territorio. También se refiere a las estrategias de disputas por la propiedad de la tierra y la construcción de territorios simbólicos e identitarios en la trayectoria histórica del cine latinoamericano y de América Latina, con las violencias, persecuciones y opresiones perpetradas y sufridas por los ciudadanos, teniendo los poderes económicos y los Estados como verdugos sociales y de los personajes individualizados.

Si hace unos años o décadas las dramaturgias de los territorios de la latinidad estaban bañadas de sangre y lágrimas, en años más recientes el sufrimiento y el malestar subjetivo han llegado a convivir con las violencias más evidentes. Lo que era una agresión a los cuerpos, impuesta por acontecimientos externos al cuerpo, se convierte también en una herida interna y emocional, un trauma frecuente, con la introspección de las pérdidas y las amenazas. En algunos casos, desplazar es la salida. En otros, resistir y permanecer, no como solución, sino como principio. Los Territorios de la latinidad están hechos de muchas posibilidades y también de muchas caídas. Existe una predisposición perfectamente comprensible a asociar los territorios de América Latina a una noción de derrota, venganza y superación, no sin pérdidas. Territorios de dolor y heridas, para ser sintéticos. Latinidad de las cicatrices.

En muchas películas programadas para Cine BH, tanto brasileñas como de otros países de América Latina, hay una relación directa entre los territorios y los personajes. Con un enfoque histórico o mítico, exponiendo la condición de una sola persona o de un grupo, esa relación entre personajes y territorios es constante. No se trata de un cine vinculado sólo a la tierra o a los paisajes, aunque la tierra sea un tema importante en las películas y sociedades latinoamericanas, sino también un cine vinculado a la forma de habitar y apropiarse de esta tierra. Si esta territorialidad cinematográfica nos afirma a la inversa, convirtiéndose en un atractivo para las miradas y valoraciones de festivales y críticos en Europa, también cabe preguntarse si esta latinidad del sufrimiento no se transforma en un espectáculo de dolor, manteniéndonos en un lugar donde quieren dejarnos. Es una interrogación.

Las películas programadas en Cine BH, especialmente para la competencia Territorio, plantean esta duda y nos alientan a afrontarla. Porque incluso aquellas películas más cercanas a esta noción de espectáculo del dolor, de comercio del sufrimiento, parecen estar a uno o dos metros de esta exploración de las precariedades sociales y existenciales, aunque no dejen de abordarlas porque son una presencia constante entre nosotros. No se trata de fomentar prohibiciones de temas y situaciones, sino de estar alerta sobre las formas de construir estos territorios cinematográficos. Cine BH en 2023 es pródigo en estímulos para esta reflexión.

Cléber Eduardo
Coordinador curatorial

Ester Fer
Leonardo Amaral
Curadores